Desde siempre mi sueño fue ver un partido de la copa del mundo. Y especialmente uno de primera ronda, «medio pelo», como mal dicen algunos. Ya desde niño me entusiasmaba tanto ver Alemania Holanda como Egipto Irlanda (el primer 0 a 0 insoportable que recuerdo) y creo que no era por snobismo infantil sino por adorar el mundial como entidad, como forma, esto de que un campeonato enfrente a los mejores de un país contra los mejores de otro (y no los que pudo comprar tal equipo contra los que pudo comprar tal otro) siempre me fascinó, me parecía y me parece una especie de Mortal Kombat en un punto, por el hecho de que los competidores se concentren en una fecha determinada en un punto x del planisferio hasta llegar a decidir un campeón. Es todo verdaderamente épico, y que todo el mundo esté atento a su desarrollo le da una cosa de comunidad, de hermandad global enfrentada a muerte muy linda.
Pero no les voy a explicar por qué el mundial de fútbol es el mejor invento de la humanidad. Les voy a comentar cómo fue ver mi primera partido de mundial en cancha: Bélgica – Argelia. Bélgica es según muchos el equipo de los hipsters, porque es una especie de nueva moda a la que muchos se han sumado. Esto, además de tener una mala onda muy distante de lo que nos enseña Pitbull en la canción del mundial, está errado, ya que más que el equipo del presente, Bélgica es el equipo del pasado, aunque también del futuro. Mi teoría es que para muchos de los que simpatizamos con Bélgica, esta afinidad no viene de ahora sino de una asociación con nuestra infancia o adolescencia, épocas donde Bélgica era un equipo importante, que siempre estaba ahí, aunque no le prestaras mucha atención. Es decir, nuestro amor por Bélgica está conectado con el pasado, no con el presente, al menos para los que eramos niños durante el mundial 86, 90 o 94. ¿O acaso quién no gritó el gol de Clijsters contra Uruguay en Italia 90′? Mucha gente, diría que la gran mayoría, pero no importa.
Un largo camino al Mineirao
Salí bien temprano para no tener problemas con el tránsito, pero igual los tuve. Después de buscar un largo rato un colectivo que dijera «Mineirao, Jotapé, subite» me di cuenta que no lo iba a encontrar tan fácil. Llegué a una esquina dispuesto a pedir indicaciones y allí encontré a un rubio y un negro. «Qué crisol de razas» pensé. Iba decidido a preguntarle al negro para no ser racista, pero en ese momento advertí que el rubio tenía la camiseta de Brasil y supuse que o estaba yendo a la cancha o al menos sabía cómo ir. Finalmente el rubio no sabía cómo ir, pero estaba yendo a la cancha, así que nos asociamos para juntar fuerzas, pero seguimos sin encontrar el bus. Ante nuestra ineptitud y el tiempo que pasaba, decidimos compartir un taxi que en realidad no era mucho más caro que ir en colectivo. En el momento que ingresábamos al vehículo, fuimos abordados por un contingente de dos sudafricanos con actitud de querer compartir el taxi pero no encontrar el idioma para expresarlo. «¿Algerie?» pregunté, y el señor (era una pareja hombre-mujer) me contestó «ggdfgdfe». En realidad eran indios, pero ellos no lo saben y aún creen que son sudafricanos. Hablamos de lo que nos unía: hacer f5 en la página de la FIFA, la decepción por la poca onda en San Pablo y el taxi que nos estaba llevando. Yo también les hablé de la vez que vi al Doctor Khumalo en cancha, metiéndole un gol a Independiente. Coincidimos que tenía un gran talento pero que no era médico de verdad. También les trasladé mi preocupación por el estado actual del fútbol sudafricano y me contestaron que el problema eran los dirigentes, «always the same» fue mi conclusión.
Después de 1 hora llegamos a los alrededores del Mineirao donde caminamos largos metros bajo un sol terrible y mientras algunos chicos con remeras de Jesús y metáforas futboleras («Ponelo a Jesús», «Jesús está siempre en el primer palo», «Jesús te hace los relevos» y cosas así) intentaban aprovechar la desesperación del hincha en un mundial para realizar algunas conversiones express. Más allá de eso, ya allí se percibía un ambiente de mucha camaradería y amistad, que es más o menos lo mismo, pero puse «y» después de camaradería y no se me ocurría otra cosa para poner. Los argelinos llegaban en gran presencia al estadio (lo que me sorprendió) y los belgas también, aunque de manera más dispersa.
Entrando al estadio
La entrada al estadio se demora un poco según el check in que te toque. Algunos voluntarios son muy puntillosos y te revisan todo en búsqueda de elementos que nada tengan que hacer en un estadio de fútbol. A mí me sacaron un alcohol en gel, por ejemplo. Expliqué que lo tenía siempre por cábala, pero fueron inflexibles. Todavía no sé bien por qué me lo sacaron.
Una vez superados los puntos de control, el ingreso al estadio propiamente dicho es muy veloz y la visión es impresionante (la visión del terreno de juego, la visión en general se mantiene igual). Finalmente instalados, llegaba el gran momento, lo que todos esperamos: la salida de los equipos y la entonación de los himnos. Fue todo muy emotivo y los que estábamos allí teníamos la convicción de estar presenciando un poco de historia, pero de esa historia que nadie lee y se vende en las librerías de saldo.
El partido
Bueno, ya lo vieron. Argelia salió a presionar arriba los primeros 3 minutos, pero de a poco Bélgica fue tomando el control territorial y balonístico, aunque sin llegadas. Con el gol de penal, Argelia se dedicó sólo a defenderse mientras su público cantaba el hit «One, Two, Three, Vive l’Algerie», canción inventada para pegarla en el mercado extranjero. El público brasileño, no obstante, estaba dividido. Algunos alentaban al Mineiro y otros al Cruzeiro, y respecto al partido simplemente se limitaban a silbar a Bélgica cuando tenía la pelota. En la segunda etapa, la gente se iba a pudrir del antifútbol argelino y se limitó a seguir alentando a su equipo de la ciudad y estar atentos al desempeño de las olas en las tribunas, aplaudiendo cuando salían bien y silbando cuando la ola se moría lentamente, lo cual supuso un partido aparte.
El segundo tiempo fue vibrante y me permití gritar el gol de Mertens con furia, no sólo por simpatía belga sino porque era lo más justo. A la salida del estadio,ya con mucho alcohol encima, belgas y argelinos cantaron y celebraron mientras los brasileños hacían cola para sacarse fotos con los que estuvieran vestidos más ridículamente. Había sido una tarde mágica y el lento regreso al centro, para ver en la plaza Savassi las alternancias de Brasil y México, nos ofrecía la imagen por la ventana de unos niños jugando con un barrilete en un baldío, ajenos totalmente a los millones que mueve este gran producto llamado fútbol que enriquece a unos pocos mientras obliga gastos públicos infernales. Reprobamos la actitud indiferente de los niños y continuamos camino. Según lo que escuchábamos, México estaba haciendo un gran partido y había que verlo.
Después del partido, aproveché para ver los enfrentamientos entre policías y manifestantes en Savassi. No pasó nada (por suerte eh)
Excelente!