Una de las cosas que, por fortuna, habíamos olvidado con River en la B, es el flagelo del Superclásico. Pero, bueno, volvió. El «mundo Boca» se enfrenta al «mundo River». Periodistas y jugadores vendiendo humo, lacras como el Beto Alonso diciendo que antes eran buenos y ahora todo es una mierda, etc, etc. Todo lo que ya sabemos que trae aparejado este nefasto partido. Pero, desde acá, quienes crecimos con el increíble «salimos 2 a 2, porque perdimos 2 a 0 pero le matamos 2…», que terminó con el entrañable El Abuelo en prisión, queremos llevar un mensaje de paz a quienes se dejan llevar por el furor que acompaña este encuentro. Otro pequeño gigante que quedó eliminado del libro de regalo para quienes ya leyeron las 50 historias:
“No tan distintos”
Algunos equipos logran sus éxitos dentro de la cancha, por medio de méritos deportivos. Otros no necesitan ganar para pasar a la fama y quedar en la historia. Este es el caso del River de Bell Ville.
La pequeña ciudad de Bell Ville, ubicada en la provincia de Córdoba, le ha entregado grandes productos al país. Empezando por Mario “el Matador” Kempes, campeón mundial y goleador del Mundial ´78 y siguiendo por José Donato Ghio, campeón mundial de bochas en 1967. También en dicha ciudad, “la capital mundial de la pelota de fútbol”, fue creada la primera pelota de fútbol sin tiento.
Suena pretencioso. Pero esta ciudad es así. Con solo nombrar otros próceres bellvillenses como Elio Rossi (periodista deportivo cuyo único mérito es haber recuperado los tiradores para la vestimenta masculina, en días en que los jóvenes andan con los pantalones caídos, dejando asomar su ropa íntima por debajo) o el “Tweety” Carrario (votado “mejor compañero” en cada plantel por el que pasó), uno comprende.
Sin embargo, es esta pretenciosidad la que permitió que nazca el club orgullo de la ciudad. Su nombre refleja ese espíritu de grandeza y de hermandad: Club Atlético y Biblioteca River Plate.
En su nombre se conjugan el deporte y la lectura, la pelota y los libros; cosas que siempre han ido a contramano, como bien lo sabe cualquier jugador que alguna vez haya osado sacar un libro en una concentración, lo que representa una estigmatización de por vida en el grupo. Ya no será visto con los mismos ojos por sus compañeros, la sospecha sobrevolará el aire cada vez que “el que lee” hable. La misma antinomia se da entre los chicos: es el colegio o el fútbol, la disquisición hamletiana que sufre cualquier proyecto de futbolista. De hecho, es esa disyuntiva la que divide y categoriza a los padres de los jugadores entre los que quieren que estudie y los que prefieren ser mantenidos por la pequeña joya.
Pero a los fundadores de este club no los amedrentaban con estas antinomias. De haber sido físicos, habrían conseguido fundir el agua y el aceite en un solo fluido.
Resulta que algunos eran hinchas de River y otros de Boca. Pero eso no los detuvo. Decidieron buscar una solución que los contemplara a todos.
Y tomaron una decisión realmente compartida. No como la camiseta de Arsenal de Sarandí, que lleva el celeste de la Academia y el rojo del ídem. No hicieron esa grondonería, una de esas soluciones políticas que buscan conformar a todos pero que no satisfacen a nadie.
Lo que decidieron fue dejar las cosas en manos del azar, conocedores de que, de todas maneras, siempre es él quien decide. Y cada uno iba a conservar una parte suya, sin resignarla, pero soportando también, la parte del otro. Una real conjunción.
Fue así que un 25 de marzo de 1925 se realizó el sorteo. El que salía primero, le daba el nombre al club. El restante, le daba el color a la camiseta. Como el nombre ya lo saben, imaginarán que los colores que lleva el club en su camiseta son el azul y el oro.
Así, los hinchas de River debían alentar a un equipo con la camiseta de Boca y los xeneixes decir “yo soy de River Plate”. Una verdadera fusión de los dos más grandes de la Argentina, sintetizados en un solo club.