En la visión de Borges después de ciego, el Hombre se mantiene aferrado a su condición de animal cavernícola irracional y sin interés en leer “El Aleph”, a través de dos acciones distintivas: el canto de la Marcha Peronista y el disfrute del fútbol. Hermana de esta aseveración plena de desprecio es la de que el futbol es una representación de la guerra. ¿De qué guerra? Bueno, esto depende del caso (para Gimnasia y Esgrima de La Plata, por ejemplo, podría ser “La guerra de los cien años sin ganar nada”)
Una justa venganza para semejante desdén de la élite intelectual sería abrevar en una representación literaria de la guerra para convertir al futbol en un verdadero teatro bélico. Para ningunear a Borges, proponemos remontarnos al siglo XIX (“csics”) (sic) y tomar a José de Espronceda, natural de Badajoz (ciudad futbolera donde brillara -por su ausencia- la capacidad estratega del Toti Iglesias en la fallida aventura de Tinelli) para crear esta remodelación. En su “Canción del pirata”, Espronceda nos deleita:
“Con diez cañones por banda / viento en popa a toda vela / no surca el mar, sino vuela / un velero bergantín. / Bajel pirata que llaman / por su bravura “El Temido” / en todo el mar conocido / del uno al otro confín”.
El Futbol Pirata, entonces, se juega con diez cañoneros por bando y un arquero (es decir un hombre empuñando un arco, cual Robin Hood o Guillermo Tell).
Los jugadores se pasan la pelota (una pelota normal de fútbol número cinco) por medio de cañonazos. Los más retrasados en la cancha (nos referimos a los que ocupan esa posición en el terreno y no a posibles capacidades mentales diferentes) tienen cañones de esos con dos ruedas grandotas a los costados, mientras que los delanteros tienen cañones portátiles, tipo bazookas. El objetivo, como no podría ser de otra manera, será lograr que la pelota entre en el arco rival, y para impedirlo, el arquero deberá simplemente reventarla de un flechazo.
Luego de cada pinchadura de pelota (la mal llamada “atajada del futbol pirata”), una catapulta detrás de la línea de meta repone un balón hacia el medio de la cancha.
Si una flecha no llega a su destino y alcanza a un futbolista, esto es una mera vicisitud del juego que no supone espanto alguno. En el futbol común también se desploman jugadores muertos, como el camerunés de la Copa de las Confederaciones, o Graieb que casi pasa a mejor vida (literalmente, cualquier persona viviría mejor estando muerto que pasando el día a día de un defensor de Huracán). Si nos espantásemos por un flechazo, perderíamos la esencia del futbol y de la guerra, que son juegos de hombres, aguerridos, afutbolados, machos y recios.
Las penalidades en el Futbol Pirata son ejemplares: la tarjeta amarilla obliga a que el jugador vaya por veinte minutos a remar encadenado y con grilletes a una galera que navega a lo largo de todo el foso que rodea a la cancha. La tarjeta roja directamente implica morir en la horca (ejecutado por el verdugo, mal llamado “el quinto árbitro”). Pero lo más curioso es que estas penalidades no se aplican ante la existencia de faltas -ya que en la guerra todo se permite- sino que el referí en este caso está reemplazado por un almirante. El bravo policía de la mar se dedica entonces a perseguir a los jugadores durante todo el tiempo, independientemente de lo que estén haciendo, lo cual requiere por parte de los futbolistas de una destreza adicional para el constante escape. A veces el almirante se queda en el círculo central hostigando a los que pasan cerca, a veces los corre por todo el campo de juego, y a veces hasta les tiende celadas ocultándose para que nadie note su presencia (de hecho Néstor “Zelada” haciendo honor a su apellido se hizo con una Copa del Mundo sin que nadie supiera jamás que estaba allí, y cuando decimos “allí” no nos referimos a la concentración del plantel argentino en México ’86 sino al planeta Tierra).
Por cierto, dijimos que en la guerra todo se permite, claro, siempre que no se viole la convención de Ginebra. Pero precisamente de violaciones y de ginebra es de lo que más saben los piratas (y no sólo los piratas: volviendo a Borges no deberíamos olvidar que él también terminó enterrado en Ginebra, cosa que en cambio muchos iletrados del futbol como Houseman o Gallego han logrado en vida, demostrando una vez más de qué lado está la verdad de la milanesa del universo).
En el Futbol Pirata no hay pubalgia ni esguince de aductores, sino que es el flagelo del escorbuto el que sobrevuela las concentraciones. Es por ello que las sustancias dopantes más frecuentes se suelen camuflar en galletas marineras y en limones, los alimentos básicos para la supervivencia del futbolista del mañana.
Con la revolución del Futbol Pirata, entre otros beneficios magníficos, nos libraremos del flagelo del locutor que dice “balas que pican cerca” y del que dice “este delantero sigue con la pólvora mojada”, analogías que ahora serán tan obvias y burdas que deberán ser definitivamente abandonadas.
Como la vida misma, donde hay guerras, el futbol representará domingo tras domingo la historia de la Humanidad. Y con esta revitalizada condición de hiperrealidad, los partidos de futbol pirata pasarán a ser “el partido de la vida”, dejando sin sobrenombre burdo al trance que pasa un futbolista cuando intenta superar un cáncer.
Asimismo, el “futbol pirata” motivará a que los estudiantes de periodismo deportivo incorporen a su vida una práctica completamente inexistente en el presente: la lectura. Habrá que leer a Espronceda para elaborar los nuevos apodos futboleros. Ramón Diaz dirá que tiene “un bergantín”, y después de fracasar le harán chistes con que en realidad tenía una chalupa. El Bambino se quejará de que pidió un bazooka y le compraron un chicle. El Tano Fazzini deberá ambientar sus reflexiones en batallas de antaño en el Caribe. Se dirá que Barrientos sacó “patente de corso” para pegar. Jairo Castillo será “el Corsario Negro”, y a “Morgan” Botinelli se le pedirá que deje de pegarle con la pata de palo. Villar, también conocido como “el barbudo que corre mucho en Racing” será llamado simplemente “Barbanegra”. Hablar de “El pirata de Roberto Carlos” será ahora hablar de una persona y no más de un CD-R. El más fachero de cada plantel será llamado “el Jack Sparrow” del equipo, y las botineras pasarán a llamarse “bucaneras”.
Por cierto, en el Futbol Pirata, los ingleses seguirán siendo merecedores del título de “inventores del fútbol”, y la bandera de la FIFPA con su calavera y sus tibias custodiará los mismos intereses que los actuales dueños del mal llamado “más hermoso deporte del mundo”.