En la primera entrega les comentábamos que la organización de los mundiales era para 1938 aún muy precaria e improvisada y que a menudo se tomaban decisiones bastante absurdas que algunas veces podían justificarse por lo amateur de las asociaciones, pero otras simplemente se debían a la sinrazón de los burócratas al mando.
Para 1954, la situación no había cambiado demasiado. Si bien el fútbol se había masificado y cada vez eran más las selecciones interesadas en formar parte de la copa mundial, el sistema de clasificación seguía siendo bastante caprichoso.
Contexto
Repasemos cómo estaban clasificando las selecciones para el mundial suizo.
En Sudamérica, Argentina se negaba nuevamente a participar de la copa mundial. El gobierno de Juan Domingo Perón, en una especie de política de “Fútbol para Nadie”, había dado la orden de bajarse de Suiza 54, tal como lo había hecho de Brasil 50, tras años de arduas diferencias con la Confederación Brasileña de Fútbol primero y con la FIFA después (a raíz principalmente de la controversia con la liga colombiana, o “liga pirata colombiana” como era llamada en aquel tiempo, que contrataba jugadores argentinos en huelga pasando por encima de los clubes argentinos derechohabientes); en Asia, Corea le ganaba a Japón haciendo de local en Tokio (quizás por resabios del imperialismo japonés, los coreanos ya no recordaban bien dónde empezaba y dónde terminaba su país); en Centroamérica, México vencía con comodidad a Estados Unidos y a Haití, y finalmente en Europa, las eliminatorias se decidían en emparejamientos sin mucho criterio deportivo de 2, 3 o 4 equipos.
En aquellas eliminatorias europeas, podemos destacar la victoria de Italia frente a Egipto (lo mismo, después de tantas invasiones y guerras, no era tan fácil acordarse en qué continente quedaba cada país), la clasificación de Francia por sobre Irlanda y Luxemburgo, la goleada de Austria, 9 a 1 sobre Portugal y como recordarán los lectores de nuestro libro Pequeños Gigantes, el triunfo de la futura campeona, la Alemania Occidental Democrática Burguesa, sobre Noruega y Sarre, un país de dudosa existencia que estuvo cerca de jugar un mundial.
Pero claro, falta un emparejamiento, el que le da sentido a este posteo y más que nada a su título. España, que venía de ser cuarta en Brasil, tenía un compromiso asequible contra Turquía.
Nadie se sorprendió cuando el seis de enero de 1954, un Bernabeu más helado, franquista y monárquico (era día de reyes) que nunca era testigo de la cómoda goleada cuatro a uno de los locales. Como era típico en esa época, la revancha se jugó bastante tiempo después, dos meses para ser más exactos, en Estambul y ahí sí llegó la sorpresa. Turquía, con un equipo de metedores y corredores, logró un ajustado triunfo uno a cero.
Como la ciencia aún no había avanzado lo suficiente como para descubrir el goal average, y mucho menos el gol de visitante, se debió recurrir a un tercer partido para desempatar la serie y, tal como ocurriera en 1938 con nuestra primera historia, la sede designada fue Roma.
Una sucesión de eventos desafortunados
Ya de entrada, aquel 17 de marzo de 1954 iba a ser un día muy complicado para los españoles. Mientras los jugadores realizaban el calentamiento precompetitivo de rigor, un misterioso telegrama de la FIFA arribaba al despacho de la dirigencia ibérica: “Attention equipe espagnole situation jouer Kubala”. Si usted no sabe francés, no importa, ¿no ve que se entiende igual? En fin, el escueto y enigmático mensaje de la FIFA, a minutos de comenzar el partido, llamando la atención sobre la situación legal del húngaro Kubala, fue tomada como una seria advertencia por el presidente de la Federación Española de Fútbol, Don Sancho Dávila, quien luego de analizar el escenario con los otros directivos (que seguramente sólo se limitaron a hacer el chiste de “ladran Sancho, señal que cabalgamos”), decidió retirar a Kubala, el mejor jugador del equipo, para prevenir una eventual descalificación.
La situación de Kubala, en efecto, estaba poco clara, ya que cumplía muy dudosamente con la regla de aquel entonces que permitía a un jugador extranjero representar a otro país sólo si contaba con más de tres años de residencia en su hogar adoptivo. Aún así, era muy extraño que la FIFA mandase esa ambigua advertencia sobre el comienzo del cotejo. ¿Por qué no decían lisa y llanamente si Kubala estaba habilitado o no en vez de mandar un mensaje que detrás de su escuetez decía «ojo que quizás está todo mal y les damos por perdido el partido»?. El misterio se resolvió días más tarde, cuando la FIFA anunció públicamente que no había enviado ese telegrama y que los españoles habían sido víctimas de un cruel hoax o engaño futbolero.
¿Pero quién estuvo detrás de ese fraude? Algunos dicen que fue un ardid propio de la viveza turca para infundir miedo en los españoles y desposeerlos de su jugador más valioso, pero otros señalan que en realidad la que estuvo detrás fue la clásica picardía húngara. Los húngaros estaban muy disgustados por la nacionalización de uno de sus mejores hombres y, presuntamente, ya habían amenazado a la FIFA de quitar a su selección del mundial si no se inhabilitaba a Kubala (recordad que en aquel tiempo Hungría era la selección estrella del mundo y una amenaza así podía tener mucha fuerza). Lo cierto es que hasta el día de hoy nadie se ha atribuido esa eficaz picardía.
Kubala con la camiseta del Pro Patria. Según algunos, debería haber usado la del «Vende Patria». Pero ese equipo no existe según pudimos chequear.
El partido, en sí.
Quizás la ausencia de Kubala había afectado mucho a los españoles, quizás los turcos se habían crecido mucho luego de Estambul, quizás tenían razón los periodistas de La Vanguardia que cuestionaban (aunque con el diario del jueves) la alineación defensiva en exceso de la Roja, que contaba con sólo cuatro delanteros. La cuestión es que aquella tarde en el Estadio Olímpico (que aún era llamado “Foro Mussolini” por los italianos y que conservaba un obelisco con la inscripción “Mussolini Dux”) el partido fue muy disputado y España nunca pudo prevalecer con claridad. De hecho, faltando quince minutos era Turquía la que vencía por dos a uno.
Foto coloreada artificialmente. En aquel entonces los partidos se jugaban en estricta escala de grises.
La hago corta: empataron los españoles y fueron al alargue. Tras dos tiempos de quince minutos, como se estilaba en aquella época, el empate persistió (el verbo reglamentario para usar en estos casos), por lo que fueron a los pena…. no, no, no, no, no, no, no , no amigo lector. Nada de penales. La definición por penales llegaría mucho después, con el baby boom, las minifaldas y la revolución sexual, más precisamente durante un torneo amistoso Ramón Carranza en 1962 que enfrentó al Zaragoza y al Barcelona. En 1954 todavía faltaban ocho años para tan revolucionario invento y por entonces el reglamento contemplaba sólo dos opciones para dirimir el ganador. La opción A, pregonada por los españoles y rechazada por los turcos era jugar otro partido desempate, lo cual convertía al emparejamiento en una suerte de Invención de Morel de las eliminatorias. La opción B, pregonada por los turcos y rechazada por los españoles era definir todo con un humilde y sencillo sorteo.
El turquito Azar
Como el reglamento estipulaba que si uno de los dos equipos no estaba de acuerdo con la opción A, se pasara sin demoras a la opción B, los directivos de la FIFA pusieron en marcha el procedimiento para convocar a la diosa fortuna que casualmente era romana y había ido a ver el partido.
La forma elegida para el sorteo fue la siguiente: 1.1 Se metían dos papeletas en un coso; 1.2 la que se extraía primero clasificaba al mundial (en realidad clasificaba la selección representada, no la papeleta en sí), 1.3 la otra quedaba eliminada.
Primero se procedió a elegir el recipiente en donde se colocarían las papeletas y el afortunado fue “un bonito jarrón de cobre” según relata la crónica de El mundo deportivo.
Luego se ingresaron las papeletas. Primero, la que tenía la inscripción “Turchie” (los turcos ya habían mostrado su demagogia con Italia saltando a la cancha con paquetes de cigarrillos turcos que eran ofrendados al público y ahora lo hacían poniendo su nombre escrito -mal- en italiano) y luego la que decía “X España” (aún hoy no se sabe a qué se debió esa equis). Pero claro, faltaba decidir lo último y más importante, lo más imprescindible para efectuar cualquier sorteo que se precie de tal: la mano inocente, prístina, neutral que extraería la papeleta ganadora.
Por supuesto, esta responsabilidad no podía caer sobre un turco o un español, y mucho menos sobre un adulto. Por ello, se decidió elegir a la persona más joven y menos turca y española que se encontrara en la sala. El designado fue un niño italiano que, como diríamos en Bola sin Manija “nada-tenía-que-hacer” en aquella habitación, pero que finalmente descubrió que sí tenía mucho que hacer: tenía que elegir al equipo que jugaría el mundial de Suiza.
Ese pobre niño italiano, de 10, 11 o 14 años según el gusto del reportero que cubriera el evento, era hijo de uno de los trabajadores del estadio y no había podido mirar el partido por no tener dinero para comprar una entrada (awwww). Ese niño, decíamos, pobre de bolsillo pero no de alma, ese niño en situación de vulnerabilidad social, de sueño carasucia de pelota, ese tierno bambino lleno de ilusiones y que hinchaba por España, sacó, para infortuna propia y ajena, la papeleta equivocada y consagró a los turcos como campeones de la eliminatoria y acreedores de un pasaje todo pago a Suiza.
Y acá viene el mcguffin del posteo. El nombre de aquel niño era nada más y nada menos que Franco, sí, Franco Gemma, lo cual generó un sinfín de bromas, dichas por lo bajo respecto al daño que Franco le hacía España en todo ámbito e incluso títulos de posteos de blogs que intentaban generar misterio sobre cómo realmente Francisco Franco había dejado afuera a su propio país de un cita mundialista.
Más allá de todo esto, «el generalisimito» fue invitado por los turcos a acompañarlos al mundial bajo el cargo de talismán oficial, por lo que terminó clasificando él también y generando ciertas suspicacias.
Los españoles, no era para menos, estaban desmoralizados tras la descalificación, pero contaban con al menos una muy buena noticia. Como el encuentro se había jugado cerca del Vaticano, muchos sacerdotes se habían acercado a ver el partido y tuvieron la chance de consolar face to face a los derrotados a pesar de estar ellos también desanimados, especialmente por haber perdido contra los moros, en lo que para ellos ya era un clásico de otra índole.
Epílogo
Así terminó lo que fue para España su derrota más importante hasta ese momento. “Por primera vez desde la olimpiada de Amberes, España va a faltar a la fase final de un campeonato mundial de fútbol” se lamentaba el reportero de ABC, dejando en claro la importancia que todavía tenían en ese entonces los Juegos Olímpicos para el mundo fútbol y para el mundo mundo en general.
Turquía, a pesar de contar con el talismán Franco, no realizó un gran papel en Suiza. Después de ganarle a Corea, perdieron dos veces por goleada con Alemania y no volverían a jugar al fútbol hasta el año 2000.
España, por su parte, iniciaba 50 años de fracasos ininterrumpidos y estrepitosos, pero jamás se olvidaría de este desafortunado día en que Franco y los dioses se unieron para eliminarlos de una copa del mundo.
Desde 1954, informó en exclusiva,
Juan Pablo Zino.
PD1: Los dejamos con un repaso en vídeo de lo acontecido ese día, con una dramatización de clara influencia neorrealista que contradice mucho de lo expuesto en este posteo.
PD 2: Quería agradecer a las hemerotecas de ABC, El mundo deportivo y La Vanguardia, que me ayudaron a acceder a las crónicas de época que proveyeron a este posteo de un sinfín de datos de color innecesarios.
buenisimo! e increible el «sucesos italianos» con los niños cuasiprestados de «ladrones de bicicletas»
espectacular informe