Borghi preso por buen comportamiento

Siguiendo con la nueva moda de meter presos a los técnicos, este domingo le tocó el turno a uno de los más correctos del futbol argentino. Está bien que se respeten los entretiempos (a diferencia de los casi 45 minutos que duraban durante la gestión TyC) pero al final terminan pagando los de buen comportamiento, como el Bichi o el Tarjetero de La Casona, y los que se la pasan llorando y pasando todas sus responsabilidades a si el árbitro se equivocó en un orsai de 10 centímetros, gozan de impunidad (Cappa o Caruso, por ejemplo). El nivel del arbitraje es cada vez mejor, sobre todo con la cantidad de estímulos que deben lidiar (simulaciones, protestas, engaños, trampas, «vivezas» ventajeras, etc.), sin embargo son los únicos criticados con ferocidad por el valiente periodismo deportivo. Claro, a estos no tienen que chuparle las medias para mendigarles una nota o una «primicia». Y además, no tienen hinchada a la cual dedicar su demagogia.

Pero lo que es interesante preguntarse, en vez de repetir que el árbitro está para «hacer justicia» como si estuviéramos en Tribunales, es con qué espíritu se dirige. Con el de penar las faltas o con el de contribuir con el juego? Arbitrajes como el de Lunati de ayer o los de Baldassi en general le dan una muy buena continuidad al juego sin cortarlo por cualquier roce. Castrilli dejó como legado una imparcialidad rescatable pero también lo que Basile denominó el «futbol-mancha». Si esto se suma al Elogio de la Trampa, tan perfeccionado por el actual director de selecciones nacionales, se hace difícil tolerar un partido entero. Sin mencionar el concepto de «zona liberada» que se aplica, por ejemplo, en los corners. En definitiva, está bien que se penen las faltas pero siempre pensando en mejorar el juego-espectáculo. O no es uno de los mejores momentos de un partido cuando el árbitro dice varias veces «siga-siga» y quedan varias personas desparramadas por el piso y se altera el orden ajedrecístico de los equipos?